Urtzi Urrutikoetxea
Gara, 31 de mayo de 2009
La capital georgiana, Tbilisi, está a apenas una hora de Tskhinvali, pero la única manera hoy día de llegar a la ciudad osetia es cruzando el Cáucaso Norte, territorio bajo administración rusa. Salimos de Vladikavkaz en dirección Sur, hacia las nevadas cumbres de más de cuatro mil metros. En el camino se suceden los destacamentos militares y las baterías antiaéreas situadas en las cercanías del túnel de Roki.
Por aquí llega todo a la república independentista, y muchos aún se preguntan porqué Mijail Saakashvili, el presidente georgiano, se detuvo a conquistar Tskhinvali en lugar de intentar taponar la única vía de oxígeno de los osetios.
Una puerta metálica deja pasar con cuentagotas los coches y los policías rusos controlan, sin mucho afán, la salida del país. Cruzado el túnel, una señal nos da la bienvenida a la República de Osetia del Sur. Ningún coche para en el checkpoint integrado por dos agentes osetios. Dos poblados con sus torres medievales de vigilancia semiderruidas recuerdan que la multitud de naciones que pueblan esta región del mundo llevan siglos en permanente estado de defensa.
Una actitud defensiva frente a vecinos con los que se mezclan y forman familias mixtas durante décadas, hasta que una generación empieza a recordar que tienen problemas sin resolver. En el caso de los osetios, aliados del imperialismo ruso en el Cáucaso desde el siglo XVIII, son muchas las naciones que se la tienen jurada.
Apenas algún cartel del partido de los «defensores», formado por ex milicianos de la guerra, y un par de pegatinas del Partido Comunista (con la foto del líder ruso Ghenadi Ziuganov, pero sin la de su candidato), una de ellas con una imagen de Stalin, nos indica que estamos en campaña electoral. Antes de llegar a la capital, Tskhinvali, el paisaje de destrucción es total: no queda nada en pie en los cuatro pueblos que estuvieron bajo control georgiano hasta agosto.
Tras la desolación de las localidades vacías, la vida renace en Tskhinvali, aunque la ciudad sigue en gran parte en ruinas. Esta semana los estudiantes han celebrado el fin de curso, el primero de la independencia (aunque, de hecho, ésta fue declarada en 1991, con lo que el único cambio es el reconocimiento oficial por parte de Rusia).
El presidente, Eduard Kokoity, se da baños de multitud paseando por los colegios, rodeado de jóvenes. Por la noche, también se apunta a la fiesta al aire libre. Las críticas que le han lanzado sus opositores en Moscú le traen, aparentemente, sin cuidado. No es la primera vez que los medios apuntan a que el Kremlin podría estar cansándose de él.
Lo cierto es que uno de los críticos de Eduard Kokoity es el ex jefe del Consejo de Seguridad Anatoly Barankievich. Héroe para gran parte de los osetios, prácticamente un mito al que se le achacan hazañas como el haber destruido él solo dos tanques georgianos. Ésta es una nación con un gran culto por las armas, donde los méritos deportivos, la hombría y las capacidades bélicas están muy por encima de otros valores. Y todos recuerdan a Barankievich defendiendo Tskhinvali frente a los tanques georgianos, mientras se desconocía el paradero del presidente.
Una periodista local lo resume: «La sombra de Barankievich había hecho desvanecer la figura de Kokoity, pero el presidente se las arregló para expulsarlo de Osetia del Sur».
No es el único. La semana pasada 150 personas se manifestaron en Moscú contra el «autoritarismo» de Kokoity preguntándole «dónde está el dinero de Rusia». Sus opositores más fervientes le acusan de haber expulsado a todo aquél que se le haya enfrentado, tras amenazarles con la cárcel. «Creíamos que tras la guerra habría nuevas oportunidades, pero Kokoity sólo se ha preocupado de tener más poder y de controlar a los jueces», asegura el ex primer ministro surosetio Oleg Teziyev.
Así pues, no es mucho lo que se dilucida en estas elecciones parlamentarias. Por un lado, el propio edificio del Parlamento está totalmente destruido; por otro, su función sigue estando muy supeditada a la figura del presidente, y por último, las voces más opuestas al presidente han quedado fuera de los comicios. Lo que está por ver es si las elecciones serán el detonante de un cambio más profundo, si se confirma que Moscú da ya a Kokoity por «quemado» y opta por adelantar su retirada antes de las elecciones presidenciales de 2011.
Es probable, aún así, que el partido de Kokoity, Unidad (aliada osetia de Rusia Unida, de Vladimir Putin), no gane estas elecciones. El hastío de la población es enorme y la oposición interna se ha preocupado de marcar diferencias con los que se manifestaron en Moscú.
«Somos una oposición responsable y constructiva», afirma el primer secretario del Partido Comunista, Stanislav Kochiev, quien añade que «ese movimiento surgido en Vladikavkaz (capital de Osetia del Norte, en territorio ruso) y Moscú es sólo para distraer la atención de la gente. Se puede estar en contra de una persona, pero no intentar destruir un país recién nacido».
Las pocas encuestas publicadas dan la mayoría a los comunistas, con un 28% de los votos, frente al 17% que obtendría Unidad y al 24% de los surosetios que querría «votar contra todos». Y es que la guerra les ha traído el reconocimiento de la independencia, pero el precio ha sido el de cientos de víctimas. La propia ministra de Comunicación, Irina Gagloyeva, reconoce a Gara que no eran ciertas las cifras de tres mil muertos, lo que no oculta la gran tragedia que supuso el bombardeo georgiano de la noche del 7 al 8 de agosto.
Varios organismos calculan entre 200 y 300 muertos, «aunque fueran 20, es una cifra enorme para una población de alrededor de 60 mil personas en aquellos momentos, en todo el país».
Gagloyeva rechaza, sin embargo, las acusaciones de corrupción, y les resta importancia. «No niego que haya motivos para que la gente esté descontenta, y en época electoral los partidos utilizan esos argumentos. Es señal de democracia, somos un país joven y hay discusiones, pero sería mejor que diesen soluciones», señala. Volvemos a insistirle en que las acusaciones son muy graves.
«Nadie cita un caso concreto de corrupción, no se ha demostrado nada. El dinero proviene de Rusia y va directamente a la reconstrucción, no viene a este gobierno. Yo entiendo que la gente desee que la ayuda le llegue cuanto antes y si no lo hace piensen que alguien se queda con el dinero, pero no hay nada de eso. Lo cierto que es usted mismo ha podido visitar la ciudad, todo el trabajo que hay por hacer todavía. Nadie vive como nosotros en el siglo XXI», se lamenta la ministra Gagloyeva.
Lo cierto es que el hastío se palpa en toda la población. Isolda tuvo que marcharse de su hogar en la guerra de 1992 y el verano pasado vio cómo los tanques georgianos destruían su casa a las afueras de Tskhinvali. Se acerca el verano e Isolda sigue viviendo con su hermano. Nadie se ha acercado a su aldea y nadie sabe quiénes serán los agraciados de la decena de chalets que están construyendo a menos de diez kilómetros.
«Dicen que han enviado ayudas, pero aquí no ha llegado nada. No creía que llegara a decir esto, pero los refugiados de Misha (Mijail Saakashvili), ya tienen al menos unos pequeños pisos en bloques, mientras yo... no sé hasta cuándo podré estar en casa de mi hermano».
El Partido Comunista, aliado del Gobierno durante la guerra y en las conversaciones que se mantienen en Ginebra, apoya las denuncias de corrupción. «Si todo el apoyo financiero de Rusia hubiera llegado a sus destinatarios, la gente estaría contenta, y no lo está. Está defraudada, y es normal. Tras el trauma de la guerra, culpan al poder de su situación actual. Y es que no hay nada más grave que alguien intente sacar partido en beneficio propio en una situación tan extrema», sostiene Stanislav Kochiev.
De noche, sigue la fiesta en Tskhinvali para celebrar el fin del primer curso de la independencia. Hay bailes osetios, actuaciones de niños y niñas, y el propio Kokoity no deja escapar la oportunidad de subir al escenario. Habla en ruso, como casi siempre, y la gente lo aclama. Tres enormes telas forman la bandera osetia y, de paso, tapan la visión del teatro destruido.
Presidente del Osetia del Sur
Eduard Kokoity (Tskhinvali, 1964) preside desde diciembre de 2001 Osetia del Sur, república independiente que Georgia considera parte de su territorio. El 12 de noviembre de 2006 fue reelegido con el 96% de los votos. Ese día, el 99% de los surosetios votó por la independencia.
- ¿Cómo responde a las recientes críticas de autoritarismo?
- La oposición que vale es la que tenemos en el país. No importa que estén a favor o en contra del Gobierno, aquí cumplimos lo establecido por la Constitución, se puede hablar libremente. Esos otros no son una oposición real, sino meros hombres de negocios, que ni siquiera quieren venir a reconstruir el país, sino a hacer dinero. Nunca han vivido aquí. Le digo de verdad, me da igual esa oposición. Tenemos que hacer un trabajo constructivo, estoy dispuesto a dar más poderes al Parlamento para crear una sociedad civil normalizada.
- ¿Y a los que les acusaron de limpieza étnica de georgianos?
- Nadie dice que Georgia incendió 117 pueblos osetios y que bautizaron la operación contra nosotros «Limpiar el Campo». Los habitantes de los pueblos georgianos fueron evacuados una semana antes de los sucesos de agosto. Tienen más medios que nosotros en la guerra mediática y quieren aparecer como víctimas. Estamos dispuestos a que la gente regrese a sus hogares, pero no aquellos que atacaron con armas a los osetios. Ésos no son refugiados.
- Rusia y Nicaragua les reconocen como estado y otros, sin llegar a tanto, se muestran claramente a su favor, como Bielorrusia o Venezuela. ¿Esperan nuevos reconocimientos?
- Para nosotros no es tan importante cuántos países nos reconocen. Estamos hablando con varios dirigentes de partidos políticos europeos, y entienden claramente qué es lo que sucedió. Ese telón de acero que quieren levantar entre nosotros se ha caído.
- ¿Desean unirse a Rusia o seguir como un estado independiente?
- Estamos construyendo nuestro país independiente. En una estrecha relación con Rusia, pero separados.