Luz Elena Turcios H.
El Universal
Los tejedores del símbolo nacional viven en la miseria. El auge de esta prenda zenú en nada ha contribuido al mejoramiento social de las comunidades indígenas.
El sombrero vueltiao, que pasó de ser una de las prendas artesanales más comunes y ancestrales de la etnia zenú a convertirse en un símbolo nacional, está dejando a los comercializadores y corredores jugosas ganancias, mientras que a sus ancestrales tejedores en la zona donde es fabricado sólo les queda una sombra de pobreza y miseria.
Para la etnia zenú, cortar, entrelazar y teñir la nervadura de la caña flecha para luego formar la trenza, es algo simple y lo que más fácil hacen, pero conseguir el sustento y solventar otras necesidades es lo que más les cuesta a los tejedores de trenzas, aquellos que cultivan, procesan y tejen a diario la caña flecha, para convertirla en esa prenda, el sombrero vueltiao, que hoy, además de haberse constituido en un símbolo nacional, es muy solicitada a nivel mundial.
Esa crisis social por la que atraviesa la etnia zenú es más notoria en los cabildos de Algodoncillo, Pueblecito, El Martillo, Siloé, Achiote, Guaimí y San Jacinto, los cuales hacen parte del Resguardo Indígena de San Andrés de Sotavento, y que corresponden a los municipios de Sampués, San Antonio de Palmito y Sincelejo, en el departamento de Sucre.
A la explotación se dedican todos; niños, jóvenes, mujeres y ancianos, a ellos les toca trabajar hasta diez horas continuas en el tejido para ganarse en pesos lo equivalente a una libra de carne, así lo asegura Maritza Roquema Suárez, habitante de Pueblecito.
Ellos consideran que de nada les ha servido que el sombrero sea el símbolo nacional de Colombia, si a ellos les pagan poco por todo el trabajo que hacen tejiéndolo.
Son dos horas las que tarda, en promedio, un artesano para lograr tejer un metro de trenza, trabajo por el que recibe solamente 450 pesos, y para poder ganarse la tercera parte del sueldo mínimo diario tiene que seguir tejiendo diez horas seguidas, razón por la cual, en la mayoría de hogares indígenas dedicados a este oficio, tienen que emplear a toda la familia, incluyendo a los niños para producir en pesos lo que les cuesta dos libras de arroz, un pequeño bocachico y una panela, con eso se alimentan.
José Teherán es un niño de 11 años que hace parte del cabildo Chupundún. Él después de cumplir con sus tareas académicas tiene que tejer, al menos, cinco metros de trenza para poder cumplir con el comprador que le anticipa a sus padres el pago.
La situación de José se repite en casi todos los niños del Cabildo, por eso Marcela Clemente, Samir Contreras, Carlos Ávila y otros, en su bolso estudiantil llevan la caña flecha revuelta con sus libros para adelantar el tejido en horas de recreo,
“ya el señor Pello le pagó a mi papá nueve mil pesos por diez metros de trenza” dice la niña Marcela.
Los compradores llegan de otros pueblos para comprarle a los tejedores las trenzas que son utilizadas para darle las vueltas necesarias al sombrero. La mayoría de los compradores no saben tejer, pero sí vender el producto a los que cosen y arman la prenda con caña flecha.
Son pocos los tejedores que se dedican a armar sombreros, pues hacerlo también tiene alto riesgo de explotación por los bajos precios que les ofrecen los comerciantes que lo llevan del Resguardo a ese universo comercial.
Un sombrero “quinceano”, que es el más tradicional en el resguardo tiene un costo promedio de 25 mil pesos; los clasificados, conocidos como 21, 27 y 29, llegan a costar entre 100 y 140 mil pesos, mientras que en los mercados urbanos los mismos oscilan entre 180 y 600 mil pesos.
Uno de los obstáculos que tienen los tejedores para armar el sombrero es que no cuentan con las máquinas para coser y pegar las trenzas, por eso solamente se dedican a trenzar y trenzar para vender por metros.
Para estos pueblos indígenas, tejedores de la prenda artesanal más apreciada por los colombianos y por muchos en el exterior, esa que han lucido con orgullo deportistas, presidentes, ministros, jerarcas religiosos y hasta reinas de belleza, las condiciones sociales no han cambiado con la declaratoria del sombrero vueltiao como símbolo nacional.
“Nosotros seguimos en la misma pobreza y tal vez peor porque ahora nuestros productos artesanales se los llevan otras personas, aquellas que nunca han hecho una trenza” manifiesta Adelfín Suárez Carvajal, un conocido cosedor de sombreros.
“Para nosotros es un orgullo y nos alegramos cuando vemos a los presidentes con el sombrero puesto o cuando los deportistas se retratan con un vueltiao, pero de eso no nos queda nada”, precisa Berania Basilio Ciprian, otra tejedora, quien a través de otros ha expuesto sus productos en las más famosas ferias del país.
La mayoría de las viviendas de esa zona indígena se encuentran en ruinas, la pobreza y la miseria hacen nidos en los hogares artesanales, y esa es la vuelta que no se ve en el sombrero vueltiao. Esa es la vuelta que debe dar el Gobierno para enfocar sus acciones hacia esas comunidades que han conservado un legado artesanal, manteniéndolo en el tiempo y sobre la cabeza de la Nación entera.
Proponen crear un fondo
La creación de un fondo para los artesanos que lleguen a los 65 años y quienes tienen problemas de visión para tejer las trenzas, situación que se registra a menudo en la zona, es la propuesta que viene impulsando la Asociación de Grupos de Artesanos y Artesanas Zenú a través de los congresistas. Ese fondo pretenden crearlo por medio de un proyecto de ley.
También, a través del Ministerio de Cultura, buscan que el Gobierno fije unos precios de sustentación para aplicarlos a los productos que vendan los artesanos.
Indígenas en Sucre
En el Resguardo Indígena de San Andrés de Sotavento, en la parte que corresponde al departamento de Sucre, hay 48.674 habitantes.
El sombrero vueltiao es una prenda artesanal que viene de los ancestros de los pueblos zenúes. Su auge en el país y en el exterior comenzó hace aproximadamente tres décadas y se reafirmó en el sentimiento nacional cuando el boxeador cordobés Miguel “Happy” Lora lo lució al término de una pela que lo llevó a obtener el título mundial.
Es una prenda singular, que tiene en cada trenza unos dos mil años de historia, cuyo antecedente histórico proviene del cultivo del maíz, actividad que por desarrollarse a campo abierto, se requería de gran protección para aquellos indígenas que desde tempranas horas iniciaban su siembra. Por ello, era necesario buscar un elemento que les protegiera el cráneo y el rostro de la intensidad solar, y precisamente fue el sombrero.
El sombrero vueltiao zenú es una pieza artesanal oriunda de la zona norte de Colombia, según las afirmaciones del maestro Benjamín Puche Villadiego, un investigador insuperable en los temas relacionados con la cultura zenú. Sus aseveraciones pueden ser comprobadas gracias a las piezas que se encuentran en los museos Luqui Pigorinni, en Roma, y el Museo del Oro, en el Banco de la República, en Bogotá. Allí, se encuentran piezas de oro en forma de cabezas de cetros, destacándose no sólo los sombreros, sino los detalles de la trenza, su acabado y la manera de armarlo.