domingo, 11 de octubre de 2009

Diálogos plutónicos: sobre el optimismo y el pesimismo

Carlo Frabetti
Escritor y matemático


El optimismo de algunos militantes de izquierdas es insensato y falsamente movilizador, y a veces incluso le hace el juego al enemigo.

-El optimismo ingenuo que subvalora las fuerzas del enemigo, o lo que viene a ser lo mismo, que sobrevalora las nuestras, desde luego que sí; minimizar la magnitud de un problema es la mejor forma de agravarlo. Pero aún más peligroso es caer en el extremo opuesto: el pesimismo derrotista, la paralizadora falacia de que no hay nada que hacer (que algunos, dicho sea de paso, utilizan como coartada de su comodidad o su cobardía). No hay que ser optimista ni pesimista, sino todo lo contrario.

-¿Y eso qué significa?

-Que tendemos a pensar de forma lineal, mecánica, adialéctica, y hemos de hacer un esfuerzo de reflexión para ir más allá de determinadas contradicciones y dicotomías. Se suele decir que el optimista ve la botella medio llena y el pesimista la ve medio vacía; ¿quién tiene razón?

-Los dos, según se mire.

-Ninguno de los dos, si se mira objetivamente. La contradicción se supera diciendo que la botella, si es de un litro y está por la mitad, contiene medio litro de líquido. Y lo que debamos y podamos hacer con ese medio litro en unas circunstancias concretas determinará si nos hallamos ante una situación favorable o desfavorable. Medio litro de agua es suficiente para lavarse los dientes e insuficiente para darse un baño. En este caso, como en tantos otros, el pensamiento cuantitativo resuelve la cuestión.

-No siempre es tan sencillo.

-No. Pero siempre podemos ir más allá de las apreciaciones meramente cualitativas y de las generalizaciones demasiado vagas.

-Ponme un ejemplo menos trivial que el de la botella.

-Hace unos años, en un memorable debate televisivo sobre la campaña «Póntelo, pónselo», una señora del Opus Dei afirmó que el uso del preservativo no evitaba por completo la transmisión del VIH, y los defensores del condón no supieron replicar adecuadamente.

-¿Por qué?

-Porque pensaban de forma meramente cualitativa. Y en términos cualitativos el argumento de la dama del Opus era cierto: el preservativo no elimina por completo el riesgo de transmisión del sida.

-¿Entonces tenía razón?

-No, no tenía razón en absoluto, porque no tiene ningún sentido hablar de riesgo si no se cuantifica. Cada vez que salimos a la calle corremos el riesgo de que nos caiga algo en la cabeza: una maceta, una cornisa, un suicida, un meteorito... Pero si una madre no dejara salir a su hijo por miedo a que lo aplastara un suicida al saltar desde un octavo piso, seguramente la tacharíamos de sobreprotectora. Y la probabilidad de transmisión del VIH con un uso correcto del preservativo no es mucho mayor que la de que nos caiga algo en la cabeza mientras vamos por la calle.

El «optimista» que minimiza la gravedad del problema y no toma las debidas precauciones es un insensato, y además atenta contra la salud pública; pero el «pesimista» que afirma que la única protección eficaz es la abstinencia sexual condena a sus seguidores a un destino peor que el sida. Y, como en el caso de la botella, la contradicción se supera cuantificando el riesgo, que es el requisito previo para poder elegir con fundamento las opciones que garantizan la máxima seguridad sin un sacrificio excesivo.

-De acuerdo. Pero hemos empezado hablando del optimismo de algunos militantes de izquierdas. Nuestra botella política no está por la mitad, ni mucho menos. ¿Por qué luchar, si nuestras fuerzas son muy inferiores a las del enemigo? Aquí no funciona el criterio cuantitativo.

-Sí que funciona, y de forma aún más clara. Si luchamos, la probabilidad de vencer es baja; pero si no luchamos, es nula. Y, como nos enseñan las matemáticas, cualquier número positivo, por pequeño que sea, es infinitamente mayor que el cero. Hemos ido de lo cualitativo a lo cuantitativo, y ahora la cantidad se convierte en calidad. Algo no sólo es más que nada: algo es algo, como nos recuerda una frase hecha menos trivial de lo que parece, mientras que nada no es nada. El camino de la lucha es duro, peligroso e incierto; pero, como decía Pasionaria, es el único camino.

Los que luchan pueden morir en el intento; pero los que se resignan ya están muertos.