por Aurelio Suárez Montoya
Cuando Juan Manuel Santos fue nombrando –uno por uno– los miembros de su gabinete ministerial, el país más informado notaba que era gente con credenciales en el más genuino neoliberalismo. No sólo los del área económica; es factor común en todos los escogidos, empezando por el del Interior.
El ministro de Hacienda, otrora jefe de Planeación de Pastrana, considera la oferta como el factor dinámico de la economía, lo que significa que habrá más prebendas al capital con nuevos ropajes –incentivos al empleo o a la innovación, etc.– y con ello repetirá la receta que sumió al país en el precipicio donde está. Echeverry sitúa el éxito macroeconómico en el equilibrio de las cuentas fiscales, que espera consagrar con una reforma constitucional para frenar toda petición social o fallo judicial que extralimite la “sostenibilidad fiscal”. Quiere a la vez blindar la iniquidad gestada al amparo de la confianza inversionista en la última década y constreñir el gasto público y el ingreso de los hogares. En esa misma dirección, planea un “raponazo” de las regalías a las regiones.
Con Echeverry está su correligionario, Mauricio Santamaría, de Fedesarrollo, cuyo nombramiento en Protección Social es como el de Herodes en Bienestar Familiar. También van en la alineación Hernando José Gómez, quien fue el jefe de la negociación del TLC con Estados Unidos, y Juan Camilo Restrepo que suscribió el primer acuerdo con el FMI. Todos han participado en la gestión de la economía colombiana del siglo XXI, en asocio con Santos, y les compete mantener a Colombia como filón para la élite financiera y las compañías transnacionales que extraen, a la barata, recursos naturales.
Nadie puede explicar qué hace una funcionaria empresarial buscando “calidad en la educación”, una promotora del ecoturismo “manejando” el medio ambiente y una ex dirigente de Camacol fomentando la Vivienda de Interés Social. Es conocido que los representantes del Eje Cafetero, nombrados en Transporte y Defensa, fueron precursores y prohijadores de la privatización de las empresas públicas de sus regiones. Todo esto derrumba desde el camerino cualquier ilusión sobre nuevas “oportunidades” que hicieran de Colombia un lugar de fomento al trabajo y a la producción nacional y diferente al infierno que es para la mitad de los colombianos que viven en pobreza y para dos millones y medio sin empleo.
La Selección Colombia neoliberal, un combinado de tecnocracia y empresarios, entusiastas fervientes de la confianza inversionista, jugará desde el 7 de agosto, con alguna demagogia social impresa en la camiseta para confundir contrarios, dispuesta a golear a la nación y dizque lo hará “pegada al reglamento”, sin “chuzadas” ni “falsos positivos”, con “respeto a derechos humanos e instituciones”… lo cual también está por verse.
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