Joseba Elola
Martes de la semana pasada, ocho de la tarde. En su casa de Majadahonda, José María Bravo muestra la traducción que estaba haciendo de un manual de instrucciones en ruso del avión U2. Bravo fue un as de la aviación del bando republicano. Se formó como piloto en la Unión Soviética. Su destreza en el pilotaje del Polikarpov I-16 (conocido como Mosca) le llevó a una carrera de ascensos vertiginosa. Con tan sólo 22 años, ya estaba al frente de la unidad aérea más potente del bando republicano. El 8 de enero de 1939, cruzó los Pirineos presionado por el empuje de las fuerzas franquistas. Pasó por el campo de concentración de Argeles. Pero fue en el campo de Gurs donde conoció al representante del ejército soviético que le convenció para volver a Rusia. Allí vivió entre 1939 y 1960. Allí le pilló la II Guerra Mundial.
Bravo llegó a estrechar la mano de Stalin. Corría el año 1943 y le acababan de nombrar capitán de una escuadrilla de vuelos nocturnos. Se encontraba acuartelado en Bakú, defendiendo los campos petrolíferos. Su escuadrilla solía escoltar a los aviones que debían cruzar el mar Caspio. Un día le pidieron que escoltara con su escuadrilla a dos aviones de Aeroflot hasta Teherán. Sin darle más detalles. Bravo tenía 26 años. Pasó tres días en Teherán, oyendo rumores de que por allí andaba el jefe supremo soviético.
En el momento de emprender el regreso hacia Bakú, pidieron a Bravo que formase en fila en el aeródromo central junto a los 12 miembros de su escuadrilla. Tieso como un palo, vio cómo Stalin se acercaba a saludar a todos los miembros de la escuadrilla por haberle escoltado -y ellos, sin saberlo-. Al llegar a su altura, Stalin se detuvo ante Bravo, el jefe de la escuadrilla.
-"¿Tú qué eres, ¿georgiano?", le preguntó.
- "No, soy español, generalisimus", contestó Bravo, comunista para quien, en aquel momento, Stalin era poco menos que dios.
-"¿Y qué haces aquí?", le pregunto Stalin.
Bravo le contó su historia. Él y toda su escuadrilla estaban vestidos con su uniforme de trabajo en Bakú, una camisa y unos pantalones cortos que de lo desteñidos que estaban, parecían blancos. Concluida la explicación, Stalin disparó una tercera pregunta: "¿Y por qué llevas a todos tus pilotos en calzoncillos?".
El avergonzado jefe de escuadrilla tuvo que explicar que ése era el material que les habían entregado en Bakú. Tres días más tarde, llegaban a la base nuevos y relucientes uniformes. El 10 de diciembre, el jefe supremo le condecoraba con la orden de la Guerra Patria por haber prestado servicio. "Era un dios. Entonces no sabíamos nada de las barbaridades que dicen que hizo", contaba la semana pasada en su casa José María Bravo. Cuatro días después de hablar con El País, Bravo fallecía, a los 92 años. "Yo nací comunista y moriré comunista", dijo en su última entrevista el legendario piloto republicano.
Brava fue la hazaña del legendario comandante Robert. Al mando de 300 hombres, liberó la ciudad de Foix, en el sur de Francia. Echó a los nazis en apenas cuatro horas. Fue el 18 de agosto de 1944. "Pude tener frente a mí a la raza superior de rodillas", dice con orgullo, en conversación telefónica, desde Agen, al norte de Toulouse (Francia). Para él, la Segunda Guerra Mundial fue una revancha tras de salir derrotado de España.
Empuñó por primera vez un rifle, el mítico Winchester, en la Guerra Civil, a los 17 años. Participó en la batalla del Segre: "Recuerdo el entusiasmo de matar, porque nosotros no tuvimos juventud, pasamos directamente de la adolescencia a la vida adulta. Nos enseñaron a matar para que no nos mataran".
El comandante Robert se llama José Antonio Alonso. Se puso ese nombre de guerra en homenaje a un compañero de la Resistencia francesa que murió. Le costó abrirse camino en el maquis, la guerrilla antifranquista, por ese aspecto de dandy que tenía, imberbe, con ese pelo teñido de rubio. Pero su arrojo le convirtió en un héroe de la Resistencia. No ha vuelto a vivir a España porque considera que nunca se ha reconocido el papel de los republicanos que se refugiaron en Francia durante la II Guerra Mundial. Alonso encabezó una brigada en el fallido intento de liberación del valle de Arán, en 1944. "El pueblo español nunca ha reaccionado contra el franquismo", manifiesta. "La democracia no existe más que de nombre. Hoy en día, es el capital el que manda. No comprendo cómo la gente no reacciona. En mi época, los jóvenes reaccionaban".
Neus Catalá también intentó luchar contra la dictadura desde territorio francés. Colaboró con la Resistencia francesa, siempre fue una luchadora, su compromiso empezó durante la Guerra Civil, cuando se convirtió en miembro de las juventudes del PSUC. Pero fue durante la II Guerra Mundial cuando pudo pasar a la acción. Transportaba armas y comida por los bosques para el maquis. A finales de 1943 fue detenida y torturada en Francia. El 3 de febrero de 1944 entraba en el campo de concentración de Ravensbrück (Alemania), con sus barracas verdinegras, sus 22 grados bajo cero y sus cuervos atraídos por el olor a carne quemada. La colocaron en la fábrica de obuses. "Cada día te metían el miedo en el cuerpo", recuerda por teléfono desde su casa en Rubí. "Te tenían 12 horas trabajando de pie para fabricar armas que matarían a los tuyos. ¿Imagina lo que es eso?".
Estuvieron a punto de ahorcarla por sabotaje en la fábrica, como a sus dos mejores amigas, que acabaron en uno de los cuatro hornos crematorios que había en este campo de concentración para mujeres. Después fue trasladada a un campo de concentración en Chequia. Nunca sospechó que en un campo cercano estaba detenido su marido, Albert Roger, que murió en el trayecto de vuelta a Francia, tras la liberación: "Estaba agotado". A sus 94 años, Catalá se declara, como siempre, comunista. "Pero estamos muy lejos de ganar la partida".
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