miércoles, 21 de julio de 2010

Cada 20 de julio


Por: Jorge Iván Posada Duque*

Yo nunca he sacado la bandera un 20 de julio; y mis padres y hermanos tampoco. Nunca me he visto el desfile militar y sólo juré lealtad al tricolor patrio cuando nos obligaban en la escuela. Quizá, si ahora lo intento, pueda recordar qué significan el amarillo, azul y rojo, y el escudo de Colombia, pero honestamente, me aburre.


Nunca he festejado el inicio de nuestra independencia de la Corona española, tampoco he ido a algún concierto que tradicionalmente hoy se hacen, ni me he puesto el sombrero vueltiao, ni en el cuello me he amarrado una pañoleta roja de Aguardiente Antioqueño. Ni hoy ni nunca he puesto la canción La tierra de Ekhymosis. No me ha gustado leer y escuchar cómo se evocan las “guerras” de la independencia con florituras poéticas. Me parece ridícula y vana la búsqueda de gloria que nunca hemos tenido, manifestadas en “Nuestros Hombres de Honor” y en la palabra “Patria”.

Nunca he cantado las letras del Himno Nacional ­-que alguna vez escribió el liberal más godo de este terruño- con la mano derecha sobre el pecho henchido. Como cada 20 de julio nunca he sentido ese orgullo de ser colombiano que hoy muchos prodigan; al salir en la mañana se encrespan mis nervios al ver cientos de banderas en las astas de las casas de mi vecindario; al escuchar alguna canción de Carlos Vives y Andrés Cepeda. Porque no todo está hecho, y todas estas celebraciones escoden nuestra tragedia, le tienden una cortina a cosas que aquí pasan y que deberían llevarnos a festejar de manera austera: recursos naturales explotados por multinacionales; bases norteamericanas en nuestro territorio; imposición y dependencia umbilical al libre mercado y al neoliberalismo.

Los sueños de nuestros libertadores (como los definió Rodrigo Uprimmy a partir del historiador Jaime Jaramillo Uribe), de construir unas instituciones que regularan los conflictos sociales y nos llevaran a la paz, fracasaron. El ideal de una economía capaz de sacar al país de la pobreza, naufragó. La búsqueda de abolir una sociedad de castas, que dividía a las personas por etnias y nacimiento, sucumbió al oropel de las estratificaciones sociales para suplir labúsqueda de confort y placer de unos cuantos. Y la gesta de crear un sistema educativo que preparara a los habitantes para asumir los retos de un mundo moderno, fue más que trunca en un país que hoy celebra sus 200 años como república, y donde el particularismo y la opresión al afrodescendiente, al indígena, a la mujer y al niño se siguen perpetuando.

Hoy saludo las resistencias pacíficas y la autodeterminación del pueblo Nasa y de San Basilio de Palenque. La poesía de Candelario Obeso:

Que trite que etá la noche,
La noche que trite etá
No hai en er Cielo una etrella….
Remá, remá.

Tar vé por su zambo amáo
Doriente supirará,
O tar vé ni me recuécda....
Llorá, llorá!

Qué ejcura que etá la noche;
La noche que ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia….
Bogá bogá!...

Saludo también a quien a esta hora lee a Raúl Gómez Jattin, o recuerda a Jaime Garzón; a los miles de jóvenes inconformes que alzan la voz y pitan las calles no sólo de amarillo, azul y rojo. A los que luchan por un país mejor y no creen que nuestros baluartes culturales sean Juanes y Shakira. A quienes se han atrevido a romperle un huevo en la cabeza a tinterillos que nos venden falsos ídolos. A Belén de los Andaquíes y su Escuela Audiovisual Infantil. A la Asociación del Valle del Río Cimitarra, a la Diócesis de Quibdó y de Barrancabermeja. A la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, a las Madres de la Candelaria, a los millones de subempleados, y miles de víctimas del narcotráfico, del Estado, de la guerrilla y de los paramilitares. En ellos y en tantos otros, reside el honor de festejar este día.

*Periodista de la Universidad de Antioquia, colaborador de Publicaciones Especiales Revista Semana.