por Antonio Caballero
Guerra en Medellín, bomba en Bogotá, carreteras destruidas, miles de refugiados, ¿y todo eso pasa a segundo plano por un accidente de aviación?
Primero, una pregunta de índole técnica aeroportuaria. Si después del accidente de Aires pudieron viajar a San Andrés y aterrizar sin problemas las presentadoras de la televisión, y el ministro de Transporte, y finalmente el presidente Juan Manuel Santos, ¿por qué no podían despegar ni tomar tierra los aviones de los turistas, que se quedaron, nos dicen, "atrapados" en la isla? ¿Y era necesario cerrar el aeropuerto (salvo para el Presidente, el Ministro, los periodistas, los técnicos de la misión investigadora) durante tres días enteros por el accidente de un avión?
En segundo lugar, una pregunta de índole sociológica. ¿Por qué diablos hicieron la prensa y las autoridades tanta alharaca por un simple accidente de aviación como ocurren tantos a diario en todo el mundo? ¿De verdad era indispensable que, como en las grandes catástrofes, el jefe del Estado viajara en persona al lugar de los hechos para recoger del suelo un pedazo de lata, y observarlo con fingido interés, y dejarlo de nuevo en su sitio en el asfalto de la pista, ante las cámaras?
¿Y podía hacerlo, por ser el Presidente, sin alterar irremediablemente el escenario del suceso antes de la investigación que debía adelantar una misión norteamericana? ¿Y por qué se necesitaba para eso una misión -¿militar tal vez?- ¿norteamericana? ¿Se cierra por varios días el aeropuerto, digamos, de Kingston, y se dejan atrapados en Jamaica millares de turistas a la espera de que viajen unos técnicos desde Chicago?
El presidente Santos -como si todavía fuera su predecesor Álvaro Uribe- aprovecha el viaje para dar gracias a Dios por el milagro. ¿Cuál milagro?, me atrevo a preguntar: muchas veces se ha visto que se caiga un avión y no se maten todos los pasajeros. Y, ante las cámaras, le pide a Él otro milagro que salve a una niña que quedó gravemente herida, y promete rezar por ella, y lamenta la muerte de una señora que murió de infarto tras el accidente, y reza por su alma ante las cámaras. Como si fuera un cura. Y finalmente, ya corto de tema, afirma ante las cámaras:
-San Andrés es un ejemplo para el mundo.
¿Por qué? ¿Y un ejemplo de qué, exactamente? ¿De seguridad aeroportuaria?.
Nada de eso es serio. Hay inundaciones en Barranquilla, hay una guerra en las calles de Medellín, en Bogotá estallan bombas sin que se sepa quién las puso. De todo el campo colombiano siguen llegando a las ciudades atestadas, por las carreteras destruidas, miles de refugiados de la violencia en busca de una reparación que no encuentran. En el desbaratado sistema de salud se les da a los pacientes sin recursos el 'paseo de la muerte', que sale más barato que curarlos.
Sin que avancen las investigaciones, se van cumpliendo los términos sobre los asesinatos fuera de combate llamados 'falsos positivos' por los militares. ¿Y todo eso pasa a un segundo plano de interés porque ha ocurrido un accidente de aviación? Los accidentes son, de todo lo mencionado, lo único que no es posible prevenir ni evitar: son accidentes. Y este de San Andrés es, por añadidura, bastante leve -salvo, por supuesto, para los parientes de la señora muerta y de la niña malherida-. Entonces, ¿por qué tanta escandola?
Hace dos años expuse aquí mi desconcierto ante el despliegue de escándalo, en mi opinión desaforadamente desproporcionado, que se le dio al caso de un niño asesinado por su padre. También entonces hubo histeria en los noticieros de la televisión, llantos colectivos, ruidosas manifestaciones de duelo nacional, visita personal del presidente de la época -que era Uribe- acompañada de su correspondiente plegaria de régimen teocrático y de su inevitable oferta de pago de recompensas de régimen corruptor. Me asombraba yo de que un sólo niño muerto pareciera conmover de tal manera a una sociedad que contempla con encallecida indiferencia los crímenes más atroces y las situaciones más aberrantes. Y, para mi sorpresa, me llegaron montones de mensajes de lectores indignados que me decían que el insensible era yo.
Debe de ser por esa falta de sensibilidad que no he llegado a ser director de noticiero de televisión ni Presidente de la República.