Por: Lisandro Duque Naranjo
El pasado 15 de agosto, seis miembros de colombianos y Colombianas por la Paz (CCP), formando parte de una delegación presidida por Piedad Córdoba, nos reunimos con Fidel Castro en la ciudad de La Habana.
Antes de salir de Bogotá, los invitados ignorábamos el asunto a tratar con nuestro anfitrión, lo que no nos importó, pues tratándose de un personaje de esa dimensión, cualquier charla ameritaba nuestra curiosidad, y en mayor grado si era sobre algo que desconocíamos. Además, el ex presidente nos envió un avión privado y esos detalles no se desairan. Así que nos fuimos.
Ya reunidos con Fidel, al día siguiente, nos enteramos de las intrigas que habían rondado los preámbulos de nuestro viaje. El legendario comandante, en efecto, inició el diálogo con esta pregunta, hecha en tono nada molesto y sonriendo con cierta travesura: “¿Y se puede saber por qué el gobierno de ustedes quería obstaculizar esta reunión?”. No encontrando en nosotros más respuesta que el asombro —pues el prudente embajador cubano en Colombia, Iván Mora, no nos había informado de nada al despedirnos en la escalerilla—, Fidel nos reveló las presiones que la canciller María Ángela Holguín, telefónicamente, le había hecho al diplomático para impedir que aterrizara en Bogotá el avión que nos transportaría. Desde luego, el embajador, con mucha rapidez, puso al tanto del impasse a Fidel, en momentos en que el avión estaba apenas a una hora de aterrizar en Eldorado.
Toreado en tantas plazas a lo largo de 50 años, Fidel dijo que de su parte no daría la orden para que el avión se devolviera, pues de hecho necesitaba reabastecerse, porque de no hacerlo iba a estrellarse. Como quien dice, problema de la canciller si no dejaba salir del país a sus invitados. Problema con nosotros, diría yo, pues el único motivo por el que podía impedírsenos la libre movilización al extranjero —con mayor razón a un país con el que se tienen relaciones diplomáticas—, era que estuviéramos empapelados ante la justicia.
La enojosa intrusión se resolvió sin problemas, aunque con la solicitud de la canciller al embajador de que la reunión en Cuba no incluyera alusiones al conflicto armado en Colombia. Qué tal lo controladora que es la dama.
Y claro que en Cuba hablamos de lo que ella quería prohibirnos, ni más faltaba. Pero como los visitantes no teníamos nada que proponerle a Fidel sobre ese asunto, ni él nada que añadirle a lo que siempre dice al respecto, pues doblamos la página y punto. Nuestra guerra no es lo único de lo que hay que hablar por fuera, de modo que fresca, ministra.
El motivo de la invitación era otro: Fidel se la pasa en diálogos con todos los colectivos pacifistas del mundo que se inquieten ante la amenaza de un ataque de EE.UU. e Israel contra Irán. Él sabe de su poder de convocatoria y aspira a que su preocupación se universalice y logre abortar esa guerra, que tendría dimensiones de holocausto. Para eso nos llamó, para que Colombianos y Colombianas por la Paz se sumara a las organizaciones similares del resto de países y contribuyéramos a darle acústica al repudio que se merece esa locura, que pudiera ser la última.
Fidel tiene un ojo clínico para detectar a ciertos seres excepcionales. Por eso le dijo a Piedad: “Tú eres hija de padre negro y madre blanca. Obama también, y además, de madre cristiana y padre musulmán. Tú debes hablar con él y convencerlo de que no sea el primero en jalar del gatillo. Si lo logras, hasta el conflicto de tu país puede solucionarse”. Piedad le dijo: “Ya estoy en eso, comandante”.
Nuestra visita a La Habana, pues, no fue “secreta”, como lo informaron algunos medios. Comenzando porque nos despedimos hasta del gato. Lo realmente secreto fue la tentativa de la canciller por impedir que viajáramos. El pillado aquí fue el Gobierno.
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