por Raquel Ugarriza
Foto: Miren Achaga, sobrina del político comunista Jesús Larrañaga, fotografiada en Gasteiz. (Jorge Muñoz)
No oculta lo que piensa y lo proclama a los cinco minutos de conocerla. Esta "guerrera", como le gusta definirse, de hablar rápido y preciso, y andares de una cincuentona en forma, reconoce que sí, que ella es de las de puño en alto. El izquierdo, por supuesto. En el bochorno de una calurosa tarde en Gasteiz, Miren Achaga mira a los ojos, risueña, e interpela a su interlocutor cada dos por tres sobre qué más necesita saber. No da tiempo a contestar. A sus espléndidos 83 años, habla con la cadencia de una ametralladora y la conversación recorre su pasado como niña de la guerra en la antigua Unión Soviética y su presente de médico jubilada, que aborrece del materialismo que todo lo invade. La donostiarra Miren Achaga es una de los 88 niños de la guerra evacuados a la URSS en plena Guerra Civil que acabaron estudiando Medicina en aquel país.
Un libro, Los médicos republicanos españoles en la Unión Soviética (Ed. Flor del Viento), del doctor catalán Miguel Marco Igual, recopila la historia de las dos docenas de médicos de la República que se exiliaron al país comunista y de esos niños de la guerra, la mayoría mujeres y muchos de ellos vascos, que estudiaron Medicina en su país de adopción. La lista es larga: Conchita Eguidazu, Alicia Casanova, María Luisa Díez Sola, Gloria Martín, Esteban Lizarralde, Javier González Calabor, Miren Arana, Inés y Raquel Ortiz de Urbina, Begoña Arcega... Con el tiempo, algunos se quedaron en la URSS, otros recalaron en lejanos puertos y los más, como en el caso de la donostiarra, volvieron entre los años 1956 y 1957, tras la muerte de Stalin.
La de Miren ha sido una vida plena en muchos sentidos pero muy "dura y triste", como la de la mayor parte de esos niños de la guerra que creían que partían desde Bilbao para tres meses y tardaron 20 años en volver a un lugar triste, empobrecido y miserable intelectualmente como era la España franquista. Paco Angulo, médico del Athletic, todavía se emociona cada vez que lee o ve algún documental sobre esta generación, que le recuerda a sus padres, Francisco, que fuera también médico del club vizcaíno, y Josefina Rivero, dos de aquellos chavales que salieron en 1937 desde Bilbao con sólo nueve y ocho años, respectivamente. "Tuvo que ser muy duro pasar esas penalidades...", apenas musita.
Las penurias en la URSS
De guerra en guerra
La donostiarra Miren Achaga había cumplido 10 años cuando embarcó con su hermano pequeño, Eustaquio, Tatín, y su abuela camino a su país de acogida. Siete décadas más tarde recuerda que residieron en la casa de niños de Obninskoye, pero pronto les sorprendió la Segunda Guerra Mundial, que mostró su cara más cruda en tierras soviéticas. Con lo poco que tenían encima, fueron evacuados en 1941 a la República de los Alemanes del Volga. Todo fueron penalidades.
"Pasamos frío, apenas teníamos ropa ni comida. Todo estaba helado. Dábamos clases metidos en las camas para estar algo abrigados e íbamos todo el día con unas chanclas de goma. Cuando los soldados pasaban, nos daban algo de pan negro, hacíamos un montón y comía uno de nosotros. Al día siguiente ya comería otro. Y las chinches nos comían vivos". Pero no hay rencor en sus palabras. Todo lo contrario, agradecimiento: "Los rusos lo pasaron fatal, los pobres. La culpa de toda aquella miseria la tuvo el nazismo, el asqueroso capitalismo".
La épica de "o cárcel o muerte"
La impronta del tío
Miren se enciende como una cerilla cuando se menciona el comunismo: "Yo no diría nada malo de la URSS. En aquellos años de penurias, a los niños de la guerra nos dieron todo lo que podían, vivíamos mejor que los rusos", insiste, buscando el respaldo de Rosa Larrañaga, su querida prima, que vivió una aventura paralela tras ser evacuada desde Barcelona. Ambas comparten recuerdos, vivencias, algo de ruso, que todavía entienden, y la memoria viva de Jesús Larrañaga Churruca, Goierri, padre de Rosa, y tío y padre putativo de Miren y Tatín Achaga.
Jesús Larrañaga, nacido en Urretxu en 1902, fue militante del PNV, pero más tarde entró en la órbita del PCE y ayudó a fundar el Partido Comunista de Euskadi junto con Dolores Ibárruri. En las elecciones generales de 1936 fue elegido diputado por Gipuzkoa en las listas del Frente Popular. Durante la contienda civil fue comisario de guerra de la Junta de Defensa de Gipuzkoa. Tras exiliarse, la dirección del PCE le ordenó regresar a España y fue detenido en la frontera con Portugal. Le fusilaron en Madrid en 1942 junto con otros dirigentes comunistas.
En la carta de despedida que escribió a su esposa horas antes de ir al paredón, se refiere a sus sobrinos, por quienes sentía un gran afecto, como si fueran sus propios hijos: "Querida Carmen: te escribo momentos antes de perder mi vida ante el piquete de fusilamiento. No sé cuando podrás regresar a España y leer mis últimas impresiones… El hecho de que mi muerte nos separe no borra para ti, no prescribe el cumplimiento de deberes que nos eran comunes y que, con gran dolor por mi parte, tendrás que cumplir ahora tú sola. Me refiero a nuestros hijos. Quiéreles como madre y atiéndelos solícita y cariñosa, pero háblales de mi vida, de mi lucha, de mis ideales, de mi muerte… Di a Miren que tiene ya 15 años, a Eustaquio que tiene 14 y a Rosita, que pronto cumplirá 8, que les quiero mucho y muero acordándome de ellos...".
La impronta que Goierri dejó en Miren no se ha borrado 70 años después. "Mi tío Jesús era un vasco de los pies a la cabeza. Tenía dos hermanos jesuitas y se escapó del seminario para hacerse comunista, fíjate. Aquellos eran políticos, era gente que procuraba el bien de los desfavorecidos y acababan muertos o en la cárcel. Ahora, en cambio, no son políticos, viven de la política", exclama, en presencia de su prima Rosa, que asiente afirmando: "Ahora no somos de ningún partido, sólo del partido de entonces, el de los perdedores".
Porque una y otra no entienden cómo ha cambiado tanto el mundo desde que las ideologías están de capa caída: "No comprendo cómo la gente sólo se ocupa del cochino fútbol cuando hay tantas personas que sufren en el mundo", clama en el desierto Miren. "¿Para qué tanto luchar, para que se junten el PP y el PSOE? Dan asco", sentencia.
El café se enfría en la mesa. La conversación vuelve a la vida soviética de posguerra. Miren siempre fue una niña estudiosa y le dieron la oportunidad de terminar la secundaria, feliz cuando podía comprar un humilde pastel de berza y mermelada en el mercado negro. Estudió Farmacia y, más tarde, con su amiga Dorita Sierra -que luego se casaría con su hermano, Eustaquio-, cursó Medicina en Moscú. Cuando finalizó, trabajó de médico en esa capital. También le está agradecida a la URSS por haberle proporcionado unos estudios que, de haber vivido en su Donostia natal, nunca hubiera llegado a soñar. "Mi abuela era portera en una finca de la plaza del Buen Pastor, así que a lo mejor hubiera acabado siendo fregona".
En lo más duro del franquismo
La difícil vuelta
La Unión Soviética procuró que los niños de la guerra se formaran pensando en que serían los cuadros dirigentes con la hipotética restauración de la República, recuerda Paco Angulo. Desgraciadamente, la vuelta de los niños en la década de los 50, ya siendo adultos, casados y con hijos, no resultó tan idílica. Todo lo contrario.
En el caso de los padres de Paco Angulo, incluso tuvieron que retrasar algo su vuelta porque Josefina Rivero dio a luz a su hija mayor en el tren que les llevaba a Odessa. Ya de vuelta, Josefina, química de profesión, nunca pudo ejercer, mientras que Paco Angulo padre, según recuerda su hijo, empezó a trabajar "poco a poco" de médico general y, tras cursar la especialidad de Medicina del Deporte, en 1973 empezó a desempeñar su profesión en el Athletic, hasta 1982, año en el que falleció.
"La sensación que tengo es que cuando estuvieron allí se sentían muy bien tratados. De hecho, hubo mucha gente que vino en una época muy dura en la dictadura, les incordiaron mucho y se volvieron a marchar. Después de todas las penalidades y de que no fue fácil, nuestros padres nos sacaron a todos adelante", resume Paco Angulo.
Para Miren Achaga, la vuelta tampoco fue sencilla. Llegó con la familia que le quedaba -la abuela falleció en la URSS- al puerto de Castellón y, roja como era ("hasta la muerte", insiste), sufrió los interrogatorios de la Guardia Civil. Tras convalidar el título de Medicina, en la década de los 60 empezó a vivir en Gasteiz. Nadie le daba trabajo, hasta que al final tuvo que coger "lo que nadie quería, los pueblos de alrededor de Vitoria". Comenzó en Gopegi y trabajó en Legutiano y en el barrio de Abetxuko. Se jubiló en 1990, siendo médico en Otxandio, y todavía se encuentra antiguos pacientes que saludan a la "doctora Mari Nieves" y la recuerdan con cariño.
Lejos de penalidades y tristezas, su nueva vida en Gasteiz le dio muchas alegría. Allí conoció a su marido -"un chico de Vitoria que estaba muy enamorado de mí", asegura con sencillez- y tuvo un hijo que ha seguido sus pasos y ejerce de médico en el barrio de Zaramaga. Miren y su prima Rosa apuran el café ya frío, guardan la carpeta llena de recuerdos del pasado y dejan detrás de sí la sabiduría de quienes han transitado por un mundo que ya no existe.
Fuente: Noticias de Alava