Guillermo Almeyra
El ex campesino, ex obrero, ex dirigente sindical Luiz Inacio Lula da Silva hasta ahora ha gobernado aliándose con la derecha social y política y con una línea neoliberal de política económica que enriqueció aún más a los grandes empresarios industriales extranjeros y al agronegocio, postergó la tan necesaria reforma agraria y aumentó las desigualdades entre los más ricos y los más pobres. En eso no se diferenció mucho de los gobiernos de la Concertación chilena, que fueron disciplinados continuadores de las políticas instauradas por los Chicago boys durante el pinochetismo porque, en lo esencial, Lula mantuvo frente al capital financiero internacional la línea de Fernando Henrique Cardoso, el desarrollista amigo de las fuerzas del antidesarrollo.
El resultado de eso fue un repudio también "chileno", ya que el Movimiento de los Sin Tierra (MST), que lo había apoyado electoralmente y formado una alianza estratégica de izquierda con el partido de éste, el Partido de los Trabajadores (PT), está actualmente en la oposición a Lula y en buena medida al propio PT, y también porque en éste se produjeron escisiones por la izquierda, distanciamientos con los partidos de izquierda aliados, como el PCB (Partido Comunista Brasileño) o izquierdas que terminaron expulsadas y constituyeron partidos ferozmente críticos, como el Partido Socialismo e Libertad (PSOL).
También como en Chile, el presidente saliente –Lula– tiene un enorme apoyo popular, como tenía Michelle Bachelet, muy superior al porcentaje que las encuestas otorgan a la candidata presidencial de Lula para los comicios de octubre próximo, la jefa de gabinete Dilma Roussef. Ésta, dicho sea de paso, no tiene la gris biografía del ex presidente Eduardo Frei, el derrotado por Sebastián Piñera. Por el contrario, es hija de un comunista búlgaro y durante la resistencia contra la dictadura fue guerrillera en las filas de la Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares, estuvo tres años presa y fue torturada.
Además, es una luchadora y en estos momentos combate contra un cáncer linfático que le impone una agotadora quimioterapia en plena campaña electoral y, peor aún, lucha contra los fortísimos prejuicios misóginos, porque en Brasil sólo los negros tienen menos posibilidades que las mujeres de llegar a la presidencia y ella quiere ponerse la banda verdeamarela.
El candidato del gran capital y ex ministro de Fernando Henrique Cardoso, José Serra, según Datafolha, tenía hasta diciembre pasado una expectativa de voto de 37%, contra 23 de Dilma. Pero de aquí a las elecciones del 3 de octubre entrarán en juego otros factores. En primer lugar, el neoliberalismo de Lula y el de Serra y Cardoso no son iguales, y no son vistos tampoco como iguales. Lula sirve los intereses del gran capital brasileño y la oposición los del capital financiero internacional y, aunque ambos sectores estén entrelazados y el grueso del gran capital industrial y financiero, en Brasil como en toda América Latina, esté en manos extranjeras, el gobierno de Lula –muy esquemáticamente– busca defender el mercado interno, y la derecha, los intereses del capital financiero internacional y de Estados Unidos.
Para los pobres y desocupados por eso no es lo mismo un gobierno que, con subsidios y planes asistenciales, les permite comer dos veces por día e ir a la escuela, que otro que daría más subsidios, pero a las empresas.
La posición sectaria frente a Lula de la alianza entre el PCB, el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU), nacido en 1990 de una escisión del PT, y el PSOL, nacido de igual modo en el 2004, le dio a la candidata de ese frente, la enfermera, militante sindical y senadora Heloisa Helena Lima de Morales Carvalho, 6,85% de los votos en las elecciones presidenciales de 2006, cifra que en una elección reñida puede ser decisiva.
Pero en los cuatro años recientes ese frente no sólo no ha avanzado sino que, además, ha perdido su candidata, ya que Heloisa Helena prefiere disputar una senaduría (que puede ganar) y, además, se inclina a realizar una alianza de centro derecha con los Verdes. Consciente de esas dificultades, Lula, que cuenta con el apoyo del Partido Comunista del Brasil y de una izquierda trotskista que milita en el PT e intenta depurarlo y reorganizarlo, se radicaliza y, sobre todo, ha formulado un llamado a unir todas las fuerzas de izquierda para evitar que en octubre se repita el caso chileno.
Su radicalización –relativa, pero importante– lo llevó a oponerse a Estados Unidos en la Conferencia de Copenhague y a la cuarta flota estadounidense que amenaza las costas y las reservas marinas de Brasil; lo condujo a chocar con Estados Unidos por Honduras (donde dio refugio a Zelaya) y por Haití; a comprometerse con el Foro Social Mundial en Porto Alegre y a buscar un pretexto para no ir a Davos, entre las últimas medidas.
Su llamado a constituir un frente único de las izquierdas, por otra parte, coloca en un brete a sus opositores en éstas ya que la experiencia chilena está fresca y, además, Dilma Roussef no ha declarado aún quiénes podrían ser sus cuadros gubernamentales, teniendo en cuenta que quiere prescindir de muchos corruptos que pululan en el PT, de modo que a la motivación ideológica Lula agrega implícitamente la oferta de puestos parlamentarios o gubernamentales a organizaciones que, por sí mismas, no pueden salir de su aislamiento. ¿Los sectarios reflexionarán? ¿Dilma Roussef podrá sobreponerse a su grave enfermedad, y a la de su partido y de su gobierno, y podrá convencer de que una presidenta es posible? ¿Lula mantendrá su radicalización para ayudarla? Eso, como en las telenovelas, se sabrá en los próximos episodios.