domingo, 31 de mayo de 2009

Del descubierto «eslabón perdido» a la búsqueda del «rigor perdido»

Ha sido la noticia científica de los últimos días: el hallazgo de un antiquísimo fósil cercano al linaje humano y presentado como el manido «eslabón perdido» y, por fin, descubierto. Pero lejos de los titulares se esconde un eslabón, sólo uno más, en la cadena evolutiva.

Joseba VIVANCO
Gara, 25 de mayo de 2009

El «eslabón perdido». Seguro que en los últimos días han escuchado y leído una y mil veces que el Santo Grial, la Piedra Rosetta del nexo entre el ser humano y los primates ha sido al fin descubierto. Pocos titulares periodísticos se han resistido a echar mano de tan suculento resumen para anunciar el hallazgo en Alemania de un muy antiguo fósil de 47 millones de años, perfectamente conservado y asemejado a un lémur, pero «vendido» como la especie definitiva a medio camino entre el hombre y el mono.

¡Una pena que ni siquiera ésta última aseveración sea cierta, ya que los humanos no descendemos de la mona Chita, aunque sí nos remontemos a ancestros comunes!

La noticia del hallazgo científico recorrió los medios de comunicación de medio mundo. Hasta el todopoderoso buscador Google le dedicó ese día su particular dibujito. «Aseguran haber encontrado el 'eslabón perdido' de la evolución humana», «Descubren un fósil del 'eslabón perdido' entre hombres y mamíferos» -¿acaso el ser humano no es un mamífero?-, eran titulares que se leían en prensa e internet o anunciaban en los informativos televisivos.

Un diario argentino rizaba el rizo con el siguiente esfuerzo de síntesis: «Se trata del esqueleto fosilizado de un mono lémur de 47 millones de años que podría probar la teoría evolucionista y la conexión entre los mamíferos y el ser humano». ¡Como para despedir a su instigador!

El anuncio de este hallazgo fue presentado a bombo y platillo por sus descubridores. Pero la primera sombra de duda sobre la relevancia del hito fue ya que la investigación no se publicara en ninguna de las dos revista científicas más prestigiosas para la ocasión, caso de «Science» o «Nature». ¿Por qué? «Puede que les hayan rechazado el artículo por no alcanzar el nivel científico exigido o quizá que lo hayan querido publicar en otra revista para ir más rápidos», opinaba en su respetado blog sobre la materia Paleofreak.

Cuando todas las piezas de un avance científico de calado histórico no cuadran, lo mejor es recurrir a quien sabe del tema, toda vez que los medios de comunicación, en general, se han vuelto a dejar llevar por el sensacionalismo, consciente o no. Y la blogosfera se ha convertido en la mejor prueba del algodón.

Un vistazo a algunas bitácoras paleontológicas y científicas nos revela que «los periodistas han metido en sus artículos una buena cantidad de morcillas científicamente absurdas», como critica el propio Paleofreak, aunque esta vez «engañados» por los propios científicos. ¿Por qué? Uno de ellos, J.H. Hurum, lo admitía: «Todas las bandas de música pop lo hacen. Los atletas lo hacen. Tenemos que empezar a pensar de esa forma en la ciencia». El problema es cuando «a la gente no le llega, entonces, la ciencia, sino una falsedad», cuestiona Paleofreak.

No hay eslabones, sino cadenas

Y la primera falsedad es la de hablar de «eslabón perdido». Simple y llanamente, un mito. De existir un eslabón en la cadena evolutivo, «implicaría que la evolución es una sucesión lineal de especies y no el complicado proceso de ramificación y coexistencia que es en realidad», apunta el blog Evolucionarios.

«No es que nos falte un eslabón, es que sólo tenemos trozos sueltos que nos permiten hacernos una idea de la forma de la cadena, pero nos siguen faltando fragmentos. Lo que los científicos buscan no es el 'eslabón perdido', sino completar la historia de la evolución de la vida», sentencia su colega de Teleobjetivo.

Con el hallazgo de este Darwinius masillae -ya el nombre es toda una presentación de intenciones-, no hay eslabón, ni siquiera estado intermedio entre el ser humano y los simios antropoides, que ése ya lo ocuparon en su día los fósiles de Australopitecus. Ni siquiera estamos ante un ancestro del hombre y menos nos revela nada sobre la evolución humana.

Lo que estaríamos, según Paleofreak, es ante un muy bien conservado resto fosilizado -del que puede estudiarse hasta la comida de su estómago-, muy antiguo, asemejado a un lémur, pero cuyos descubridores defienden que estaría más cercano a los monos. Un hallazgo interesante, sin duda, para paleontólogos o estudiosos de la filogenia de primates. Pero sin ser lo revolucionario que se ha vendido, con mediática izada de telón, página web, libro y documental, todo en el mismo pack.

Por si había alguna duda, baste la confesión, apenas unos días después, de Philip Gingerich, paleontólogo de la Universidad de Michigan y uno de los autores del controvertido estudio: «Teníamos una televisión involucrada e íbamos contra el reloj. Nos obligaron a completar el estudio. No me gusta hacer ciencia de esa manera».

El hallazgo de un «fósil transnacional» -más correcto, pero mucho menos rimbombante-, que debidamente publicitado y compinchado con la limitada cultura científica de los medios de comunicación, ha terminado, como titulaba el blog Evolucionarios, en la «búsqueda del rigor perdido».