por Antonio Caballero
31 de enero de 2009
Álvaro Uribe pone a los suyos a sacarse los ojos los unos a los otros, en un juego cruel de emperador romano, para que diriman la disputa sobre cuál ha de ser su heredero. Él no dice sobre su propia candidatura ni sí ni no, pero se deja interpretar por unos y por otros contradictoriamente. "Más claro no canta un gallo", afirmó el ministro Fabio Valencia Cossio. "Cuando un pato tiene pico de pato y nada como un pato..." etcétera, había dicho otro uribista, no recuerdo bien cuál. Y luego otra, la embajadora Noemí Sanín, metió la cucharada: "Blanco es, gallina lo pone". "Uribe no irá", cuenta la directora de El Colombiano que le mandó decir Uribe con otro ministro, al parecer Juan Manuel Santos.
Y ahora el consejero uribista José Obdulio Gaviria, el Rasputín del régimen, se larga con lo siguiente:
— La posibilidad de que el Presidente vaya o no garantiza la unidad de los aspirantes uribistas.
Y todos van, no unidos, por supuesto, pero sí juntos, en rogativa de rodillas ante su santo patrón para suplicarle que diga sí o no, aunque sea con el dedo, o que con el ojo haga un guiño, o que a la pregunta que todos le hacen —"¿seré yo, Maestro?", responda alguna vez "Tú lo has dicho", como Cristo a Judas en la Última Cena según el Evangelio de Mateo. Y él, callado, callado, viendo cómo todos se dan patadas por debajo de la mesa.
El espectáculo recuerda una secuencia del documental que hizo Barbet Schroeder sobre Idi Amín Dadá de Uganda, hace 30 años. El tirano obliga a sus ministros a competir en un concurso de natación -¡patos al agua!-, y él se tira detrás a la piscina. Y va nadando en diagonal, hundiendo al pasar de un manotazo a un ministro tras otro. Cuando llega a la orilla opuesta se yergue chorreante y feliz, y saluda a la cámara diciendo:
—¡Gané!
Así va a volver a ganar el presidente Uribe, y unos cuantos van a quedar ahogados en el fondo de la piscina. La fiel Marta Lucía, que se cambió de peinado; el saltimbanqui Rivera, que se afeitó el bigote; Sabas, el del cohecho; Santos, el de los falsos positivos; el patético Holguín. Arias, el 'Uribito', reclina su cabecita rubia sobre los pechos de su presidente, como el discípulo amado en la Última Cena pintada por Leonardo. Vargas Lleras ya flota bocarriba, medio comido por los cocodrilos. Así terminaron varios de los seguidores de Idi Amín.
Pero el uribismo puede regocijarse en los lujos del canibalismo interno: tiene las piltrafas de la repartija de la marrana. Lo que resulta incomprensible es que en lo mismo anda el Polo, que no tiene nada qué repartir como no sea la mula muerta de Samuel atravesada en la infraestructura vial. Miro las cuentas que echa la prensa especializada en taxonomía politiquera (o sea, toda la prensa nacional) y encuentro que el Polo Democrático Alternativo se encuentra dividido en por lo menos siete alas: varias más de las que tenía cuando se unificó (y no cuento a los desertores individuales que se reinsertaron en el uribismo dentro del plan de recompensas y protección de testigos). Las enumero: hay el Polo-Anapo, de los hermanos Moreno Rojas, Samuel e Iván; el Polo-PC, de Gloria Inés Ramírez y Wilson Borja; el Polo que Suma, de Carlos Romero; el Polo-Moir, de Jorge Enrique Robledo; el Polo al sur, de Alexánder López; el Polo a Lucho, de Lucho Garzón; y el Polo a Petro, de Gustavo Petro, que se define como posuribista. Y sin duda tiene razón, pero ¿él solito?
Porque el Polo tiene, claro, la obligación histórica de estar pensando en el posuribismo. Pero en un posuribismo que no sea la continuación del uribismo sino su negación: un posuribismo antiuribista. Y ya existe, si es que los egoísmos nos dejan verlo: es el Polo en torno a Carlos Gaviria, que es el único tipo serio que tiene la política colombiana. Así lo demuestra el hecho de que es el único que no ha lanzado su propia candidatura presidencial. Pero cuando la lanzó el Polo unido hace dos años y medio obtuvo nada menos que 2.600.000 votos.
El posuribisno está ahí.