miércoles, 4 de marzo de 2009

«Vals con Bashir»: Documental animado que nace de la mala conciencia israelí



El documental de Ari Folman ha sido el triunfador en los premios de la Academia de Cine de Israel, con seis estatuillas a Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Guión, Mejor Dirección Artística, Mejor Montaje y Mejor Sonido. Su carrera internacional es aún si cabe más arrolladora, ya que ha obtenido el Globo de Oro a la Mejor Película de Habla No Inglesa, lo que le da muchas posibilidades en esta misma categoría de cara a los Óscar, donde compite con «La clase».

Mikel Insausti
20 de febrero de 2009

El documental animado surge, en el caso de Ari Folman, como una pura necesidad expresiva, no como un experimento buscado. Quería reconstruir los sucesos del Líbano a principios de los 80, pero desde el punto de vista de su participación personal en los mismos como miembro del Ejército israelí. Sin embargo, no contaba con imágenes del exterminio en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, habiendo de recurrir a la técnica del film-entrevista, con los testigos hablando a cámara fija, uno tras otro, hasta completar un testimonio colectivo de lo ocurrido. El tono confesional de autocrítica que perseguía el documentalista en esta ocasión no se lo daba un género tan limitado, así que pensó que los dibujos podían ser una forma de desarrollar todo lo vivido, tanto lo real como los recuerdos borrosos que acudían a su mente, tantos años después, en forma de pesadillas. Esa dimensión onírica sólo se la podía ofrecer la animación, y de ahí que se decidiera por una opción que en principio hubiera parecido descabellada.

Es posible que de no haber existido el precedente de «Persépolis», el fenómeno de una animación adulta con una temática política de repercusión internacional no se habría dado de nuevo. El recorrido seguido por «Vals con Bashir» es similar, ya que ha acabado compitiendo también por un Óscar. Pero esta vez, tal vez por su procedencia israelita, la Academia de Hollywood ha sido más justa. A la película de la iraní Marjane Satrapi le tocó competir en la categoría de Mejor Largometraje de Animación, a sabiendas de que nada podía hacer contra el gigante Pixar y su magistral «Ratatouille», una película para niños. Este año la cosa es muy distinta, gracias a que el trabajo de Folman no tendrá que enfrentarse a la invencible «Wall-E», otra de Pixar con un enfoque infantil. El error ha sido enmendado y «Vals con Bashir» está nominada en la categoría abierta de Mejor Película de Habla No Inglesa, donde cuenta con mayores posibilidades. Las peculiaridades de la película han sido tenidas en cuenta, puesto que, hoy por hoy, en Hollywood la animación adulta no dispone de un espacio específico y el modelo a seguir continua siendo el marcado por Disney.

La diferencia básica entre «Persépolis» y «Vals con Bashir» estriba en la procedencia del material, ya que Marjane Satrapi se basó en su propio cómic. El caso del experimento de Ari Folman resulta, en cambio, único. Se puede afirmar con rotundidad que la animación ha sido creada partiendo de cero, aunque hay quien se ha apresurado a comparar la técnica empleada con los hallazgos de Ralph Bakshi a través de la utilización del «rotoscopio», que permitía dibujar sobre imágenes reales filmadas previamente. Es la opción que ha seguido en sus ensayos posteriores el visionario cineasta independiente Richard Linklater, tanto en «Waking Life» como en «A Scanner Darkly». Por el contrario, Folman no ha superpuesto en ningún momento imagen real y animación, sino que utilizó las grabaciones previas en imagen digital con actores simplemente como referencia para, a partir de ellas, dibujar el story board completo de un modo absolutamente creativo. Lo que hizo fue crear una base narrativa, un soporte argumental sobre el que sustentar la planificación de ese largometraje animado para adultos del que venimos hablando.

El curioso y original método Folman no puede resultar más impactante, gracias a su mezcla de realismo bélico y onirismo delirante, que es lo que buscaban cineastas como Coppola cuando se acercaron a la locura de la Guerra de Vietnam, sólo que empleando la imagen real. El israelí consigue que el dibujo transmita verismo al recurrir a las voces de los personajes que reviven los hechos; entre otras, la suya propia. Cada voz se acopla a un personaje dibujado, con lo que esas figuras toman cuerpo y son identificables. Personas maduras rememoran así lo que hicieron en su juventud, cuando participaron en una acción genocida que no han podido borrar de su mente, y que en la actualidad les persigue como un mal sueño. Por su carga reflexiva, el proceso de animación ha sido mucho más laborioso del que ya lo suele ser habitualmente, hasta el punto de que el autor ha necesitado cuatro largos años para concluirlo, durante los cuáles han nacido sus hijos. Quizás se trate de una señal de cara al futuro, considerado el poder catárquico de «Valsh con Bashir». Folman quiere que sirva de legado a las nuevas generaciones, ya que a él esta compleja realización le ha servido de terapia, como medio para reconciliarse con los fantasmas del pasado que le provocaban constantes depresiones. No es para menos.

El reciente genocidio de Gaza vuelve a repetir una tragedia comparable a la que tuvo lugar en el año 1982 en el Líbano, sin que se sepa aún cuantas matanzas más ha de soportar el pueblo palestino antes de que haya una depuración de responsabilidades o de que los culpables sean alguna vez juzgados. Entonces Ariel Sharon ya puso en práctica el fariseísmo, cuando desvió la atención hacia los ejecutores materiales de los crímenes en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Las falanges cristianas nunca actuaron por iniciativa propia, sino que formaban parte de una operación conjunta y estaban apoyadas por el bombardeo sobre la zona del Ejército israelí. El asesinato indiscriminado de civiles siempre es repugnante, pero más aún lo es el ocultamiento posterior y la negación de las evidencias. Todos los documentos y reportajes recogidos en Beirut Oeste no mentían, por mucho que tratasen de minimizar el número final de víctimas, hablando de unos pocos centenares, cuando, por desgracia, se trató de entre uno y dos millares. Israel habló una vez más de su seguridad, en nombre de la cual sigue ocupando territorios árabes y masacrando a su población. Folman es uno de los que sabe de primera mano que la sociedad israelí está enferma, aquejada de un síndrome nazi del que históricamente no ha sabido ni ha querido desprenderse ni olvidar. Una de las mejores plasmaciones de ese odio mal dirigido la podemos encontrar en la escena que inspira el título de la película, en la que los soldados israelíes disparan contra los carteles de Bashir Gemayel, el primer ministro del Líbano, objeto de sus iras paranoicas y belicistas. Ellos piensan que la mejor defensa es el ataque y, guiados por tan fanático pretexto, arrasan con todo lo que se les pone por delante, confirmándose como la maldición bíblica que fueron, son y serán por los siglos de los siglos.