jueves, 1 de julio de 2004

Presentación de "El libro. Recuerdos de un lector", de Álvaro Castillo

Unidad tres los números imaginarios, por Nelson Jiménez

Problema número uno

Cien sujetos entran a una librería. 96 de ellos preguntan por un libro que deben leer, 67 no lo encuentran y salen del establecimiento antes de treinta segundos y veintidós lo encuentran, pagan y se van antes de tres minutos.

Si los once sujetos que permanecieron merodeando en la librería más de tres minutos, es decir, más de lo que dura una canción de Iron Maiden, saben técnicamente leer y escribir, ¿cuántos de ellos encontrarán por casualidad, en alguno de esos lomos polvorientos, algo tan emocionante como una canción de Iron Maiden?

Pista número uno: el locutor de los titulares del noticiero grita más fuerte que cualquiera de esos lomos porque todo lo que dice parece muy urgente. Es más, para escuchar susurrar a los lomos de los libros hay que merodear por entre los estantes 52 minutos seguidos (no sé si les ha pasado), que es más que lo que dura un LP de Metallica, pero menos que lo que duran las buenas noticias del entretenimiento al mediodía.

Pista número dos: de los 67 sujetos que huyeron de la librería, todos son autómatas y ninguno ha leido por placer. Para buscar placer tomarán más cerveza y tendrán sexo bruto, lo cual les incapacitará temporalmente para leer, incluso para leer lo que deben leer, como el manual de procedimientos de su trabajo, la ruta de la buseta o la mirada vacía del tipo o la tipa con quienes tuvieron sexo bruto.

Pista número tres: no en todas las librerías se puede merodear a gusto, ni todos los lomos susurran. No todos los vendedores de libros son libreros ni todos los libreros son magos. Nadie puede adivinar cuál carajo es el libro que te cambiará la vida. Ni tú lo sabes. Eso lo tienes que descubrir a solas, como descubriste la música que te gusta. Tienes que volver a aprender a leer, pero esta vez por gusto.

Pista número cuatro: Alvarito, el librero, el librovejero, el celestino de libros, apenas viene por la 60. Él prefiere caminar porque así como los lectores husmean entre los libros, el librero husmea entre la gente. Es su trabajo. Imagino que a veces, algo preocupado, escucha susurrar a uno que otro transeúnte que no ha encontrado el libro que le corresponde.

No trae hoy la historia que te cambiará la vida entre su morral. Pero mañana sí.

Su camino se cruza de repente con el de uno de esos autómatas que dicen saber leer. La idea de proveer inspiración a los lectores de la República de Colombia o al menos a quienes, por su conocimiento, contribuyan a mejorar dicha república, revolotea sobre su cabeza.

Así sucede todos los días. Todos. Hasta los domingos.

No obstante, su apostolado es tan tenaz que inspirar a diez gerentes de multinacional le tomaría el resto de su vida. Esto, más que apostolado, es una peregrinación, lo cual explica los lugares santos que aparecen fotografiados en su libro. Es una misión tan infinita como la del telescopio Hubble, que entre más profundo enfoca más atrás en el tiempo va. Su cabeza parece detectar que el transeúnte que se cruza con él reconoce las vocales y las consonantes desde kinder, pero es inmune a la magia de esos objetos encuadernados y coloridos donde alguna vez las conoció..

Alvarito previó la tara de los lectores de su generación, y por eso, desde el colegio, él mismo decidió empezar a leer por su cuenta. También decidió escribir cosas en su cabeza, y en uno que otro papel. Cosas que cambiarían hoy la perspectiva a los autómatas responsables precisamente de maleducar y malinformar diariamente a este pueblo de nuevos autómatas. Así que no debe sorprendernos que haya decidido empezar a publicar sus memorias. Aunque su humildad lo niegue, esa es la parte más urgente de su tarea. ¿No será eso más digno de ser voceado que los titulares del noticiero?

Pero además Alvarito tiene otro grave problema y es que, como su método no son los odiosos problemas de Matemáticas que a la postre agilizaron su vocación de librero, sino las deliciosas soluciones de celulosa y tinta que aplica a domicilio cual inyección a un paciente, o en el fortín de San Librario a sus clientes, pues tiene entre ellos cada día más, más y más amigos. ¿Cómo va a hacer entonces para comunicarse con tantos de ellos? ¿Aguantará la Red Mundial?

A pesar de habilitar Química, con los años Alvarito se ha vuelto experto en recolectar, aislar y elaborar una sustancia que sin duda le ayudará. Es algo que todos pisamos a diario y que a diferencia del popó de perro no podemos ver a simple vista. Es la magia del día a día. La que no sólo está en los libros sino que vive con todos, incluso con quienes se empeñan en ignorarla. Parece que varios de los ingredientes de esta pócima se consiguen sólo en la isla de Cuba o en la Isla Negra, en Chile, lo cual explica sus contactos regulares con seres y espíritus que habitan esas tierras.

Y parece además que el apelativo "pacientes" cae bastante bien a la condición de sus futuros destinatarios de historias, pues el problema mayor radica justamente en que, a este paso, necesitaremos otros cien mil Alvaritos (habría que comenzar a fabricarlos ya) para poder dar respuesta oportuna al problema, al menos nacional, de la escasez de inspiración en las mentes de los niños, jóvenes y adultos que visitan con pobre criterio nuestras librerías y bibliotecas, o peor aun, de las mentes de quienes nunca desarrollarán el hábito de merodear entre los libros, así sea los que están en su propia casa. ¿Está en manos de ellos la solución a los problemas del mundo? ¿De qué se alimentarán entonces sus ideas?

Mientras esos Alvaritos se reproducen entre los estantes de las librerías y bibliotecas del mundo (algo muy sexy), celebremos que hoy, al cumplir sus 35 años, este Álvaro Castillo Granada, el original que conocemos, el mismo que habilitó varias veces Álgebra y Trigonometría... y Física y Química..., se encuentra en este gran lugar lleno... de libros, para comenzar, oficialmente con nosotros, sus primeros cien lectores elegidos, a resolver el problema matemático más importante que se ha planteado sin números hasta ahora, el problema de cómo hacer que la humanidad lea más, pero, sobre todo, que lea mejor. El problema de que su lectura sea libre, feliz e inspiradora y no condicionada a resultados inmediatos medibles por el departamento de personal más cercano.

R/ La mala noticia es que la respuesta al presente problema es lúdica y no viene al final del libro, sino a lo largo de él, o sea que tienes que leer tooooodo el libro. La buena, es que tienes el resto de tu vida y a Alvarito, para resolverlo.

Gracias.

Felipe Alejandro Riveros, jn 22/04